martes, 9 de agosto de 2016

EL REVÉS DE LA TRAMA


Por Norberto Colominas

Los asalariados, a quienes se les quitará buena parte de lo que generan con su trabajo mediante la plusvalía (diferencia de valor entre lo que un obrero produce y el salario que cobra), tienen que elegir ser víctimas de ese arrebato, es decir, tienen que desear conseguir un empleo. El ciervo debe buscar al lobo.

En el capitalismo se puede ganar dinero a la manera liberal, produciendo más, vendiendo más y ganando más, o a la manera neoliberal, multiplicando rentas mediante la especulación financiera.

Pero esto tiene un límite. Una nueva paradoja acecha a quienes no son dueños de los medios de su producción, es decir al 95 por ciento de la población mundial, porque el capitalismo ya no quiere aumentar la productividad del empleo y obtener así más beneficio por cada trabajador, sino por vía de la incorporación de nuevas tecnologías (robots, informática, redes, sistemas inteligentes “workers out”), que son más baratas y más confiables, porque los robots no hacen huelga ni piden aumentos de sueldo.

Desde esa lógica, muy pronto el 15 por ciento de la población mundial no encontrará un empleo, ni siquiera precario. Esto significa que unos mil millones de personas no tendrán trabajo; no encontrarán al lobo.

La Segunda Guerra Mundial le costó la vida a 50 millones de personas (entre ellas a 20 millones de rusos y a 6 millones de judíos). Salvo Francia, Portugal y en menor medida Italia, Europa fue arrasada. Esta reducción bestial de la mano de obra disponible mediante una descomunal matanza garantizó la recuperación económica (vía Plan Marshall, entre otros instrumentos) y, por un tiempo, el pleno empleo.

Pero ese equilibrio no duró mucho. Primero Nixon eliminó el patrón oro y habilitó la emisión descontrolada de dólares sin respaldo (o mejor dicho, con el único respaldo del ejército norteamericano), que llega hasta hoy. 

La crisis del petróleo de 1973 completó la faena y marcó el fin de esa tregua provisoria entre el capital y el trabajo, aunque nunca dejó la plusvalía de ser la única explicación consistente del origen de la ganancia.

Desde los primeros años 80 (y tras la eliminación de los controles financieros por la dupla Reagan-Thatcher) se sumó un nuevo factor decisivo a la ecuación económica: la renta financiera, que no es ganancia, ya que no proviene de la producción.

De modo que desde los 90 (y hasta hoy) la renta financiera subordinó a la ganancia industrial. Si especular es más rentable que producir, es obvio que la producción mundial se ha venido reduciendo, y con ella el empleo. El avance de la tecnología hizo el resto. 

El tiempo pasa, la producción disminuye y la población mundial aumenta. Pronto mil millones de hombres y mujeres no tendrán empleo ni habrá más lobos esperándolos para comerlos.  

¿Habrá una tercera guerra mundial o un desastre nuclear para recuperar el “equilibrio” perdido entre la población mundial y los puestos de trabajo? Ningún observador debería descartar esa posibilidad.

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